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Mis cartas llegaron a:

domingo, 4 de septiembre de 2016

Domingo.

Despertó, alumbrando el mundo con esos dos faroles. Todo se veía como antes, todo era normal.
El agua lavó su cara, pero no su mente. El café le dio energía pero no ideas. Y salió, hundido en la rutina, despedido al mundo. Caminaba con potestad pero con inercia, con sus ideales atrás, cual guardaespaldas.
Había pasado los últimos meses en un avión mental, tratando siempre de eludir cada pregunta sin respuesta que se le hacía presente en las noches. Aterrizando cada tanto, pero ese día chocó. Lo sentía. En las manos frías. En el cerebro pausado. Quién le había dicho que podía ganar? Nadie. Pero, como mal perdedor, no supo manejar la derrota.
Se había vuelto un hombre precavido, controlador, con todo calculado. Excusas que se inventaba cada vez que se sentía obligado a salir de esa jaula auto-impuesta.
Los mismos demonios que no lo dejaban dormir de noche, eran los mismos que no dejaban que se permitiera dejarse querer. (Al que esta detrás del volante, no le gusta que le controlen la dirección. No le gusta que la ruta tenga curvas inesperadas).
Pero en ninguno de sus planes estaba perder el control. En ninguno de sus planes estaba no poder opinar sobre su destino. Hasta esa tarde de septiembre. Espió de que se estaba perdiendo. Se dio una oportunidad.

Perdón, pero no se darle a este blog otro uso que el de transmitir lo que mi garganta, que al parecer tiene un peaje que cohibe sentimientos, se niega a gritar.

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